La vida de las personas es un misterio. Cuando veo la gente caminar por las calles, entrar a lugares, comer algo, cuando los escucho hablar, constantemente, todo lo que quiero es revelar ese misterio que ocultan, desnudarlos, y verlos como son. Es una tarea imposible y tendré que vivir con esta impotencia toda la eternidad. Solo estaré en mi cuerpo en esta vida. Seré yo y nadie más. Mi conciencia solo sabe de palabras aprendidas.
Nombre y forma evidencia este misterio. Se mueve siempre en dos dualidades, la visceral y emocional descripción de un momento quieto, y la distancia inquebrantable que nos separa de él. Muestra un enigma, pero también una certeza. Detrás de lo que vemos, se esconde otra cosa y queremos saber qué es. Philip K. Dick lo supo muy bien “Parménides estaría orgulloso de mí. He mirado fijamente el mundo en cambio constante y he declarado que bajo él yace lo eterno, lo inamovible, lo absolutamente real”. Estamos tan atados a este enigma como lo estamos a esta corteza. Se impulsa en lo más profundo de nuestro ser el deseo de saber, de sentir, de develar la verdad.
Nombre y forma llama a vivir una experiencia humana universal, de una extraña empatía y un desconcierto agradable. En su cosmología de imágenes veo galaxias enteras con sus diminutos planetas girando hacia la eternidad. En la quietud de la contemplación de lo cotidiano nos despojamos del ego y pareciera que esta es la manera justa en que las historias debieron ser contadas. Me parece que estoy ahí, fuera del lenguaje, mirando la humanidad en reposo, y puedo saber al fin lo que es ser otro.
Somos una sola carne, pero estamos separados como estrellas.
Muriel Tagle