Texto inserto en el fotolibro Nombre y forma de Camila Valdés, 2018
“Las imágenes se hicieron al principio para evocar
la apariencia de algo ausente”
John Berger
Escenarios cotidianos que nos resultan invisibles son los acentos que nos manifiesta, a través de su trabajo fotográfico, Camila Valdés. Las imágenes que nos despliega se detienen en el tiempo, aquél que habitamos de manera agitada y turbulenta, donde no hay espacio para detenernos a mirar o a pensar. Al mismo tiempo –acorde a la experiencia visual que tenemos y vivimos hoy en día– son imágenes veloces y virales.
Sus fotografías juegan, precisamente, con esa cotidianidad que se nos presenta de manera inverosímil, pero que, no obstante, también nos muestra contradicciones. De este modo, y como estrategia, su trabajo no se puede instalar desde una tradición o convencionalismo de lo que se ha entendido por “cotidianidad”.
Estamos ante imágenes móviles e inquietantes, que de paso nos proponen plantearnos una suerte de activismo del animal en el sentido que se alejan de un modelo antropocéntrico. Camila Valdés ve en este paradigma un punto de tensión y opta por representarse con perros y plantas que habitan en espacios cerrados. Esta decisión me recuerda a las acciones perfomáticas del artista alemán Joseph Beuys, en las que solía declarar que los animales muertos tienen aún más intuición que los humanos. Recordemos que Beuys proclamó la muerte como un lugar vivo e inherente a la vida y, no menos importante, nos indicó un estado de indiferencia por parte de nosotros frente a la sociedad. En relación a esto, Camila nos revela la presencia de animales como seres superiores, siendo este un eje central en su obra debido a que son ellos quienes dialogan ahora con el “Otro”, es decir, con nosotros. Nos interrogan desde una mudez y un silencio abismante que persiste en la capacidad de comprender las cosas.
Entre personajes, animales y plantas, se nos presentan escenarios tan reales como ficticios que nos provocan una sensación de extrañeza. Ahora bien, la “rareza” de estas imágenes en el fondo no es tal. Lo que observamos son fotografías de amigos, de sus casas y la vida fuera de los escenarios; estamos ahí mismo, es decir, en el espacio privado.
En periodos anteriores, la fotografía documental –con un marcado sentido político y social– ha cumplido un importante rol en la historia. El conjunto de fotografías que componen Nombre y Forma rompe con esa tradición, instalando el carácter biográfico por sobre lo documental del registro y la crítica social. Se plantean desde una necesidad personal, donde prima una política de lo individual, formando así una estética de lo cotidiano.
En algunas de estas imágenes existe un voyerismo importante en el sentido que nos dejan entrever lo que hace un grupo social y generacional que, todavía para algunos, es imperceptible. Así, se produce una curiosidad instantánea no solo por saber quiénes son, sino que también por descubrir a la fotógrafa que está detrás de estos escenarios. Se nos muestran sujetos con intereses disímiles, que contradicen y confrontan a otras generaciones que, claramente, tuvieron otras necesidades; tal vez, más relacionadas a la resistencia.
La trayectoria de la fotografía chilena está marcada por la Historia y por la condición política de cada contexto. Han tenido que pasar décadas para que la fotografía chilena comience a dialogar con nuevas inquietudes y, conjuntamente, reflexione en torno a qué significa hacer un arte/fotografía de carácter político en la actualidad (lo cual, creo, estaría más relacionado al ámbito privado).
Otro elemento presente en su obra es la reiteración perfomática de sus personajes. Según Judith Buttler, esto implica que una determinada repetición se transforma en algo normal, lo cual contradice la hipótesis de que la performance quiebra, necesariamente, con las situaciones cotidianas. Desde este enfoque, sugiero la idea de que no todo debe ser coherente ni claro en la narración de las imágenes. Justamente así es que en este trabajo se está innovando en lo que es la fotografía contemporánea.
La idea está fragmentada, las imágenes funcionan solas. En su conjunto, nos refuerzan la noción del encuadre que a la fotógrafa le interesa captar y mostrar. Camila Valdés nos invita a recorrer su vida como si este fuera, por cierto, su diario. Crea un archivo personal que emerge a la superficie para poder profundizar en aquello que no vemos; así, su obra es una suerte de cartografía cotidiana.